viernes, 31 de octubre de 2014

Herbert Marcuse y la Escuela de Fráncfort

La escuela de Fráncfort está formada por un grupo de investigadores, seguidores de las teorías de Marx, Hegel y Freud. Su centro estaba constituido en el Instituto de Investigación Social, el cual se constituye entre los años 1923 y 1924, y que estaba vinculado a la Universidad de Francfort y existía gracias a la financiación de Hermann Weil. Su hijo, Felix Weil, Pollock, Gerlach y Max Horkheimer, entre otros, se plantearon el estudio del Marxismo desde la actualización de los conceptos y problemas de la obra de Marx.
Gerlach logrará que el Ministerio de Educación alemán autorice al Instituto de Investigación Social. Esta autorización, más la financiación de Hermann Weil, le permiten una autonomía indispensable para su continuidad.
  
Por una parte, existía una dirección de estudio hacia la Historia del Socialismo y del movimiento obrero, y a esto se le sumó el interés por las obras de Georg Lukács y de Karl Korsch. Éstos reivindicaban la importancia cada vez mayor de factores relativos a lo simbólico y cultural en cuanto a la superestructura ideológica.  La Escuela de Francfort tiene su éxtasis con la dirección de Max Horkheimer cuando sucede a Grünberg en la dirección del Instituto. Desde 1931, y ya en 1932 se puede hablar de la Escuela de Frankfurt conformada por quienes serán sus autores fundamentales: Theodor Adorno, Max Horkheimer, Erich Fromm, Walter Benjamin, Leo Lowenthal, y poco después Herbert Marcuse. Sin embargo, otros muchos trabajarán y colaborarán en los proyectos de la Escuela, pero, el "núcleo duro" de la escuela será formado por Horkheimer, Adorno, Benjamin, Fromm y Marcuse, pues son sus enfoques los que caracterizan a la Escuela.
A la teoría principal de los filósofos y pensadores de diferentes disciplinas adscritos a dicha escuela, se le conoce como Teoría Crítica.
Para comprender el pensamiento de esta escuela, vamos a centrarnos en la figura de Herbert Marcuse...:

La crítica fundamental que realiza Marcuse a la sociedad moderna, desarrollada en El hombre unidimensional, es que el sujeto unidimensional es víctima de su propia impotencia y de la opresión de un modo de dominación demasiado complejo.

El consumismo contribuye a una mercantilización de la cultura. El control funciona como una articulación de asimilación y seducción. Un caso concreto donde se aprecia bien este control, según algunos autores, es en el apogeo del individualismo, que se presenta como autosuficiente y prepotente. Siguiendo a Marcuse:
"El individuo unidimensional se caracteriza por su delirio persecutivo, su paranoia interiorizada por medio de los sistemas de comunicación masivos. Es indiscutible hasta la misma noción de alienación porque este hombre unidimensional carece de una dimensión capaz de exigir y de gozar cualquier progreso de su espíritu. Para él, la autonomía y la espontaneidad no tienen sentido en su mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones preconcebidas".
Para Marcuse, tanto la alta como la baja cultura están sometidas a las exigencias del mercado, que la hacen dependiente. Por tanto, propone un doble distanciamiento, el cual tendría una vertiente exterior y una interior. El autor llama a este proceso "introyección", y supondría el hecho de buscar en uno mismo el verdadero significado de la cultura.

El arte es capaz de sacarnos de la vida cotidiana y nos hace ver la realidad de otra forma. Sin embargo, el arte está mercantilizado. Por lo tanto, no se puede utilizar como medio de evasión porque está bajo el control de la clase dominante, como el resto de los ámbitos de la sociedad.

El capitalismo avanzado que describe Marcuse ha generado a través de los Estados del Bienestar una enorme mejora en el nivel de vida de los obreros, que es insignificante a nivel real, pero con un efecto claro: el movimiento proletario ha desaparecido.
El motivo de esta asimilación consiste en que las necesidades que el hombre reconoce, son necesidades ficticias, producidas por la sociedad industrial moderna, y orientadas a los fines del modelo. Por tanto, Marcuse distingue entre las necesidades reales (las que provienen de la naturaleza del hombre) y las necesidades ficticias (aquellas que provienen de la conciencia alienada, y son producidas por la sociedad industrial). La distinción entre ambos tipos de necesidades sólo puede ser juzgada por el mismo hombre, puesto que sus necesidades reales sólo las conoce él mismo. Sin embargo, como la conciencia está alienada, el hombre ya no puede realizar la distinción.
Las necesidades del hombre, así como sus sueños, ha sido producido por la sociedad. En este punto está la principal diferencia entre la forma de alienación que describe Marx y la que describe Marcuse. Mientras en Marx la alienación está focalizada en el ámbito de la producción material, donde al hombre se le arrebata el valor producido con su trabajo (y por tanto su condición humana), en Marcuse la alienación está enfocada en la conciencia misma del hombre moderno, y por tanto no hay forma alguna de escapar.

“Todavía existe el legendario héroe revolucionario que puede derrotar incluso a la televisión y a la prensa: su mundo es el de los países ‘subdesarrollados'". Herbert Marcuse

A modo de conclusión, podemos considerar las aportaciones de la Escuela de Francfort muy positivas respecto al marxismo puesto que, sin dejar de lado la gran influencia de la obra de Marx, la adapta a nuevas circunstancias que Marx no vivió y que, por tanto, no pudo tener en cuenta para analizarlas, como lo es la revolución de la tecnología de la información, la publicidad, la obsolescencia programada, y la consecuente dependencia de la sociedad a las tecnologías (videojuegos, redes sociales, etc...) y al modelo de consumidor consumido, como nuevas formas de alienación.

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Fuentes:

http://pendientedemigracion.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/E/ef_1generacion.htm
es.wikipedia.org/wiki/
La dimensión estética, Marcuse. Biblioteca Nueva

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